Es atractivo ver la ciudad desde otro tiempo y espacio, ya sea transitada o vacía, a través de una mirada que nos permita descubrir cosas que estando a la vista permanecen ocultas. En la exploración de este espacio abierto y totalmente estimulante, vamos desplazándonos y otorgando una identidad y mirada propia al espacio, incorporando dimensiones materiales y visuales que nos permiten establecer un método de lectura propio, generando con ello un proceso de acumulación, un archivo de información, imágenes y sensaciones que se despiertan mediante los distintos recorridos.
Sobre esto mismo y mucho más, conversamos con el artista Claudio Campos, para conocer en profundidad el proceso creativo y las referencias que rodearon el proyecto de “Cruzar a nado el Estrecho de Magallanes”. Una investigación desarrollada en pandemia, que se centra en la exploración y las nuevas posibilidades de habitar la ciudad a partir de la crisis, el uso de dispositivos virtuales y el agua como un elemento que se hace presente en diversos campos semánticos y simbólicos.
Es interesante pensar la ciudad como un espacio de poder, una red de sugerencias culturales, sociales, políticas y estéticas, pensarla como un espacio a ocupar, reescribir e imaginar. ¿Qué determina para ti esa construcción y definición de ciudad y cómo experimentas tu paso por ella?
A pesar de nombrarla mucho, me cuesta un poco hablar de ciudad, porque creo que es una palabra que me queda grande como para hacerme cargo de ella. Por supuesto, desde una perspectiva práctica de definición se puede pensar en la cantidad y densidad poblacional, de edificaciones y de calles, en la actividad económica de sus habitantes, en la administración territorial, y en general como lo urbano en oposición a lo rural. Pero todo se vuelve más difuso y abierto, si se empiezan a considerar asuntos más “blandos”, como los que nombras. Al respecto se ha escrito muchísimo y no sé si es mi intención explayarme creyendo que voy a decir algo nuevo. Si mi trabajo intenta de algún modo abordar la noción de ciudad es porque vivir en la ciudad de Santiago es la experiencia que he habitado toda mi vida y es desde esa vivencia personal que me sitúo.
Me gusta considerar el asunto desde una perspectiva que si bien, geográficamente vivimos en la misma ciudad, nuestras ciudades son completamente distintas, en el sentido que hay tantas ciudades posibles como subjetividades de quienes las habitamos. Y por eso ahí también me hace eco lo de espacio de poderes y por tanto un espacio en constante disputa. Considero que las ciudades en muchos sentidos son sumamente hostiles y terriblemente desiguales y, sin embargo, también son el lugar de los encuentros y de las posibilidades de escrituras y sobreescrituras que nos definen.
Por lo segundo que me preguntas, creo que algo que define mucho mi forma de experimentar la ciudad tiene que ver con ser una persona que le gusta harto caminar, y en ese desplazamiento, ojalá practicar el hábito de mirar con extrañeza aquello que es cotidiano.
Sin dudas el confinamiento afectó en nuestras dinámicas de vida y en cómo nos desplazamos en los distintos espacios.
¿Nos podrías comentar algunas particularidades de hacer arte en la pandemia? ¿Cuáles fueron las dificultades que tuviste que enfrentar y qué posibilidades se abrieron en cuanto a la producción de obra?
En particular, la pandemia me pilló al empezar el último año estudiando arte, yo venía de haber estado en el sur trabajando, después de eso viajé por parte de la carretera austral, y llegué a Santiago el sábado 14 de marzo del 2020. Y oficialmente el lunes 16 fue cuando ya se decidió que la gente no fuera a trabajar, que cerraran los colegios y universidades, y en definitiva era el inicio de la pandemia acá con sus restricciones.
Mi plan era durante el año realizar un trabajo que tuviese que ver con el agua, pensando mucho en anécdotas y un gusto personal involucrado, pero también porque venía inspirado con situaciones acuáticas que había vivido en el sur, me bañé en el Estrecho de Magallanes, nadé regularmente en lagunas, pasé en embarcación por los fiordos e incluso conocí a Gabriela Paterito, una de las últimas descendientes kawéskar.
La cosa es que ya instalada la pandemia y empezando el año académico tuvimos que replantearnos todo considerando que estaba la constante incertidumbre de que no se sabía si la situación de cuarentena iba a durar poco o mucho. Entonces, por las particularidades que me preguntas, lo ví super reflejado en el trabajo de mis compañeres y el mío, en las temáticas que tenían que ver mucho con cosas propias de lo que estábamos viviendo, asuntos con el espacio interior cotidiano, la nula relación con el exterior, los afectos mediados por la tecnología, la salud mental, etc, y también los formas de producción tuvieron que adaptarse en general a un espacio más reducido que era además el que habitábamos todos los días, sin contar, que las obras tenía que ser posible verlas de manera virtual, entonces incluso si hacías esculturas, tenías que recurrir a la fotografía y el video para presentar tu trabajo.
En mi caso todo giró en torno a mi situación biográfica de ese momento. Con mi familia nos mudamos de casa en 2019 a la comuna de Pudahuel y por diversas razones no tuve tiempo de conocer los alrededores del nuevo lugar antes de ir al sur, y cuando volví a Santiago empezó de inmediato la cuarentena. Entonces el encierro con la imposibilidad de salir a recorrer el nuevo lugar donde estaba viviendo me tenían en una situación fuerte de desarraigo. Y mientras el interés por lo acuático que te había nombrado, decantó en una serie de dibujos, pinturas y anotaciones, a la par, la forma que tuve de atender lo que me estaba sucediendo con la pandemia fue hacer unas “caminatas” en Google Maps y Google Street View por los alrededores de mi casa. Y a pesar de que ambas eran plataformas que siempre me habían interesado, el repliegue obligatorio hacia el interior y el anhelo de exterioridad fue lo que dio sentido a mi trabajo en 2020, y que solo fue posible por las condiciones que estábamos viviendo.
En relación a esas caminatas en Google Maps y Google Street View que mencionas, las implicancias de la llegada del internet y los nuevos medios en general en la producción y el consumo de las artes, ¿Cuáles crees tú que son las diferencias y similitudes de experimentar el paisaje físico y virtual?
En la actualidad hiperconectada que vivimos es difícil imaginar nuestra relación con el exterior sin la mediación de lo virtual, tenemos siempre disponible el acceso a información actualizada en tiempo real de cosas como el clima, tráfico, rutas para llegar a un lugar, lugares donde comprar, etc. De esto considero que me interesan las formas en que se afectan mutuamente la experiencia virtual y la tangible de la ciudad y el potencial de resignificar una a la otra, sin dejar de ser críticos también del rol que juega la tecnología en las maneras de ver el mundo.
Ahora, respondiendo a tu pregunta, lo primero, que sería lo más evidente, es que caminar implica relacionarnos con el espacio usando todo el cuerpo, somos susceptibles a lo imprevisto y a todos los estímulos siempre cambiantes de la ambiente, en cambio, en una experiencia virtual el acento está puesto por completo en lo visual, el cuerpo y los demás sentidos tienden a lo inactivo, sin embargo, el medio tecnológico nos permite obtener perspectivas que de otro modo no serían humanamente posibles.
En el caso del trabajo que desarrollé todo estuvo ligado específicamente a la exploración de las imágenes satelitales de Google Maps y a Google Street View. Y en este último, la interfaz que tiene pretende simular el recorrer un lugar físicamente, como si fuésemos caminantes o autos, pero la diferencia es que esta experiencia es posible por el procesamiento de millones de millones de fotografías que son captadas con anterioridad y que dan la impresión de un espacio tridimensional. Al caminar estamos siempre en el presente, en cambio en Street View solo podemos acceder a unas fechas específicas en que los lugares fueron fotografiados, sin embargo, a menos que pases una y otra vez por el mismo lugar, la sensación de descubrimiento y encuentro con lo imprevisto se mantiene por el hecho de lo gigantesco que es el registro online disponible, que al igual que lo físico es completamente inabarcable por una sola persona.
Por supuesto que también hay muchos otros aspectos que se pueden analizar, los asuntos políticos de las fronteras y qué sucede ahí con el cuerpo comparando lo virtual y lo tangible, por ejemplo, o el hecho de cuáles son los lugares que tienen un registro y cuáles no, lo que responde a una lógica de urbano-rural, de relaciones internacionales o netamente económicas. O también podemos preguntarnos por los modos en qué estás imágenes son captadas.
Pero siendo más apegados a la experiencia que nos incumbe acá, algo que me pareció interesante fue notar que por razones logísticas las fotos de Street View son tomadas de día, lo que se correspondía con el espacio real de la ciudad en cuarentena, con la noche secuestrada por el toque de queda, y junto con las personas congeladas y de rostros borrosos capturadas en la fotografía inmersiva, parecía haber una metáfora de lo que se estaba viviendo con la pandemia.
Las “caminatas” que te contaba que hice en Google Street View, me propuse al principio hacerlas imitando la experiencia física, es decir, partiendo desde mi casa y desde ahí moverme como si estuviese caminando, siguiendo el continuo del espacio que es la experiencia de caminar y evitar realizar grandes saltos espaciales instantáneos que sería algo propio de las posibilidades de la herramienta virtual. Estos paseos obedecían mucho a una experiencia de deriva, me dejaba llevar por los lugares que llamaban mi atención o por dónde tenía curiosidad de conocer, perdiéndome a propósito, y haciendo en todo momento un registro de esto con pantallazos. Ese reconocimiento de campo permitió no solo que me familiarizara un poco con mi entorno, que de hecho muchas calles no había pisado aún, ni llegué a pisar, sino que también me familiaricé mucho con las características propias de la interfaz de la plataforma. Y la que más llamó mi atención fue que los nombres de las calles estaban escritos en todo momento sobre la imagen de la calle que nombraban, y fue ese asunto por los nombres que en el espacio virtual era hipervisible, lo que terminó definiendo todo el desarrollo de obra que vino después.
¿Cómo surgen los cuerpos de agua como primeros hallazgos en esta investigación? ¿Qué relevancia toma este elemento en la obra?
Como ya te comenté en 2020 tuve la inquietud de desarrollar un trabajo relacionado con el agua. Si bien tuve muchas experiencias acuáticas antes de la pandemia, la palabra laguna, que estuvo flotando en mi cabeza insistentemente, fue el detonante de todo lo demás. Visité la Laguna seca de Aculeo, nadé en varias lagunas en el sur, guardé una imagen publicitaria de un diario promocionando un proyecto inmobiliario articulado en torno a una laguna artificial, con el texto “vive a pasos de una laguna”, y todo eso hizo click cuando lo relacioné con que yo también había llegado a vivir a pasos de una laguna, aunque de hormigón eso sí, y que era la calle Laguna Sur.
Y aunque contado así suena super lineal, la verdad es que fue un proceso de mucho tanteo de cosas antes de llegar a ese momento revelador. Parte de ese proceso fue notar algo que suele ser muy evidente y es que las calles de un mismo sector suelen tener nombres relacionados con un campo semántico que los aglutina. En el caso de los barrios que tenía cerca, el gran descubrimiento fue darme cuenta que había un imaginario acuático recurrente en los nombres de las calles y que de forma simbólica empecé a considerar que formaban una suerte de red hidrográfica urbana. Más encima, para ponerle la guinda a la torta me topé con el origen del nombre Pudahuel, que en mapudungún se traduce como las pozas, los charcos o las lagunas, lo que tiene relación con el pasado de la comuna en donde estos pozones aún existían.
Por supuesto, que ya con todo ese material recopilado y habiendo llegado el momento en que muchas ramificaciones que había tomado la investigación y que parecían no tener relación encontraron un punto de confluencia en este paisaje semántico de cuerpos de agua que había en el lugar que llegué a vivir, fue que esto se convirtió en lo más relevante y que sí o sí era lo que quería abordar en la obra que estaba preparando.
¿De dónde viene “Nada en concreto”?
“Nada en concreto” hace alusión a una recopilación que intenté hacer de expresiones comunes que tienen que ver con asuntos acuáticos, como por ejemplo llorar lágrimas de cocodrilo, ahogarse en un vaso de agua, tener lagunas mentales, ir contra la corriente, tener ojitos de piscina, entre muchas otras, y que consideré que tenían mucho potencial poético si uno se detiene a pensarlas por un momento.
En el caso de “nada en concreto”, fue la frase que me acompañó durante todo el año. En un principio solo estaba la asociación entre la palabra nada y nadar, pero también hacía alusión al modo que me propuse trabajar en la primera parte de 2020, reuniendo material, haciendo pruebas, abriendo caminos que se ramifiquen, abordando las cosas sin esperar generar algo solidificado desde el principio, sin generar un trabajo muerto en que la premisa se cumple al pie de la letra, y más bien trabajar abierto a las posibilidades del pensar haciendo, confiando mucho en los procesos. Pero por muy bonito que suene, de hecho también estaba siendo un poco irónico, porque todo lo que quería en 2020 era desembocar en un trabajo que tuviese la condición de haber logrado concretar algo.
Lo que sucedió fue que durante la primera mitad del año, esta actitud de nada en concreto se tradujo, en dibujos, pinturas, texto, bocetos de cosas a construir, las visitas en Google Maps, etc, que no terminaban de cuajar en una obra o idea de obra. Pero pasó que posterior a los descubrimientos que te mencioné con las calles y el agua, y ya en la segunda mitad del año, la frase cobró un sentido literal.
En 2018 aprendí a nadar, y desde ahí intermitentemente pero igual con cierta constancia me mantuve haciéndolo. Como claramente durante la cuarentena fue una imposibilidad poder nadar, mi manera de lidiar con esa añoranza era que me imaginaba nadando por las calles lagunas de mi barrio, y una de las cosas que tempranamente se me ocurrió fue realizar una escultura de una persona nadando en hormigón. No me fue factible realizarla en formato físico, pero también fue para mejor, porque después de llevar esa imagen que tenía en la cabeza a un fotomontaje digital fue que se me ocurrió la idea de ficcionarme a mí como un nadador de aguas de concreto. Y claro, lo que sucedió fue que todo lo que había hecho terminó decantando en el video “Cruzar a nado el Estrecho de Magallanes”, en el que por medio del croma y la grabación de la pantalla en Street View me superpuse nadando sobre las calles Océano Pacífico y Océano Atlántico que quedaban cerca de mi casa y que como el Estrecho mismo, tienen una intersección que las conecta.
¿Cómo se seguirá desarrollando esta investigación?
Con el trabajo del nadador he pensado que el camino natural a seguir sería una forma de ligar el espacio público que aparece ahí y ojalá con la participación de más personas que vivan ahí, pero eso por ahora solo se ha quedado en intenciones a futuro.
En todo caso, como “Cruzar a nado el Estrecho de Magallanes” fue la culminación de un proceso extenso, quedó mucho material que generé con los pantallazos de Street View en muchas otras calles, que no he compartido, pero que sigo trabajando y que creo que tienen mucho potencial para convertirse en trabajo bueno. Ahí quizás, algo interesante que puedo nombrar, fue revisar todas las calles 11 de septiembre que quedan en Chile, que varias ya cambiaron el nombre pero que aun aparecen así en Google Maps.
También en 2021 me dí el gusto de hacer algunas cosas que me imaginaba iba a poder desarrollar en un eventual 2020 sin pandemia. Una de esas que me gustó mucho fue una escultura con una tina, que hundí en una piscina hasta llegar a ras de agua usando piedras como peso, y eso vinculado con un extracto del poema “No cae” de Carmen Orrego.
¿Cuáles fueron tus mayores referentes?
Desde el lado del dispositivo hay dos artistas que siempre tuve en mente, que son Jon Rafman y Jenny Odell, ambos porque empezaron a considerar Google Maps desde la trinchera del arte muy rápidamente en cuanto se lanzó por allá en 2005.
Ahora por el lado de la forma de pensar en video fue totalmente la influencia de Patricia Domínguez que me contagió mucho de su visión al trabajar el videoarte desde una ficcionalidad, muy lúdica por lo demás, y que si bien nunca lo usé antes, fue algo que se me quedó grabado desde el principio de la carrera. Por supuesto, que ahí tengo que mencionar igual a Claudia Aravena con sus clases de video y croma, pero más porque antes de conocerla siquiera, ví un trabajo de ella en el que también hace de nadadora.
Aunque definitivamente, la referencia más relevante fue una noticia que ví en la tele en 2018 de la muerte del “Tiburón Contreras” y que en la misma nota recordaron cuando cruzó nadando el Estrecho de Magallanes. Fue algo que se me quedó guardado en el inconsciente y que recordé un poco antes de comenzar con el video, viendo el instagram de Bárbara Hernández, que es otra nadadora de aguas abiertas y que realizó la misma hazaña a la que siendo muy barsa también me sumé después.
Artista Visual de la UDP y Diplomada en Distribución y comercialización del ciclo cultural de las Artes Visuales de la UCSC. Se ha desempeñado como productora y creadora de Feria Aparte, exposiciones en galerías de arte, y ha gestionado distintos proyectos desde las comunicaciones y la cultura.
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