Nos encontramos en un contexto en que las intervenciones urbanas pueden ser comprendidas como circuitos patrimoniales, donde el arte urbano se deja entremezclar con la arquitectura patrimonial y con el rescate del patrimonio vivo e inmaterial de personas o comunidades cuyas memorias son retratadas a partir del muralismo.
El cruce entre Patrimonio Cultural y Arte Urbano es una discusión compleja, intensa y poco abordada. Las razones son varias, probablemente el sentir popular del Arte Urbano pareciera pensar que esta es una disciplina transgresora, en constante cambio atendiendo a la evolución de las sociedades, mientras que el mismo sentir determina que “Patrimonio Cultural” apela a la no intervención bajo ninguna circunstancia de elementos históricos en pos de la conservación material de los bienes.
No obstante, ambas definiciones resultan ser prejuiciosas y responden -quizás- a la poca capacidad que tenemos, quienes entendemos estas temáticas, de ampliar la mirada a otras áreas de estudio. Podría decirse que ambas nociones son complementarias, de hecho, ese cruce ya se ha dado -de forma más o menos exitosa- en varias oportunidades y pocas personas se han dado cuenta de lo interesante de sus resultados.
Pero, ¿Cuáles son los factores que inciden para que eso suceda? ¿En qué oportunidades es apropiado el cruce entre Patrimonio y Arte Urbano?
Está claro que esto no puede darse siempre y de cualquier forma. Para ello, un ejemplo burdo, pero explicativo: no resultaría correcto que se hiciera un mural en la fachada del Palacio de la Moneda, uno de los edificios más representativos de la arquitectura neoclásica de Santiago, pero sí pueden darse espectáculos de intervenciones lumínicas donde esa misma fachada juegue un rol importante. En este caso la diferencia entre ambas intervenciones sería bastante evidente, pero no siempre es así.
Partamos de la base; ¿qué es y cómo se reconoce algo como bien patrimonial? Si bien desde que se acuña el concepto este ha ido evolucionando conforme a las distintas culturas, sociedades e incluso autores, hay ciertas enunciaciones que una vez consolidadas se han mantenido. En esa línea, tomaremos la definición que realiza Josep Ballart, museólogo y académico catalán, quien plantea que la idea de Patrimonio como los bienes que poseemos, y la misma idea de bien cultural, sugieren estar frente a algo de valor, en el sentido de valía, de aprecio de algo¹.
Los valores que se identifican en un bien dependerán del marco sobre el que se esté trabajando², ya que la determinación de estos está establecida por la sociedad o por un grupo de la sociedad (comunidad) en contextos establecidos. Ballart también estima que estos contextos “se configuran en torno al tipo de relaciones económicas predominantes, a los criterios del gusto dominantes o a las ideas y creencias que la mayoría profesa, y también en torno al tipo de investigación a que se somete la materia de que proviene del pasado”³.
Asimismo, un bien con historia no necesariamente es patrimonial, ya que requiere un reconocimiento de sus atributos que le otorgan valor y, por otra parte, un bien patrimonial no necesariamente está protegido, aunque en la mayoría de los casos es muy recomendable.
Volviendo a la pregunta inicial, los factores que inciden para que el cruce entre Arte Urbano y Patrimonio Cultural se pueda dar están determinados por la identificación de distintos valores que tenga un bien, entendiendo que algo “patrimonial” no es el fin en sí mismo, sino más bien un reconocimiento que fortalece su existencia. Esto permitiría que el arte urbano se pueda adaptar como un complemento adicional o directamente relevado como un bien patrimonial.
Para ejemplificar en qué oportunidades se dan estos cruces, está por una parte la ciudad de Valparaíso, en particular su Área Histórica. Reconocida por la Ley de Monumentos Nacionales como Zona Típica⁴, y parte de ella incluida en la Lista de Patrimonio Mundial por la UNESCO, radica su importancia principalmente por sus valores históricos, urbanos y arquitectónicos asociados a la migración, el comercio portuario y su arquitectura vinculada a la topografía en que se emplaza.
Bajo ese imaginario histórico y multicultural, la aparición de murales realizados por artistas nacionales e internacionales en distintos sectores han sido fundamentales para ir revalorizando esos atributos reconocidos por la ciudad mucho más allá de los límites establecidos. Permiten fortalecer esa imagen urbana de ciudad anfiteatro donde el conjunto de viviendas es fundamental y donde los bienes patrimoniales -estén protegidos o no- hacen de soporte para el arte urbano, retroalimentándose mutuamente. Si los murales van cambiando los valores no se alteran, ya que estos no residen en cada inmueble en particular, residen en el conjunto. ¿Hay excepciones? Evidentemente, pero esa es materia de otra discusión.
Por otra parte, está el Paso Bajo Nivel Santa Lucía, en Santiago. Este mural de azulejos, diseñado en 1969 por Eduardo Martínez, Carlos Ortúzar e Iván Vial bajo el paso bajo nivel junto al Cerro Santa Lucía, desde el año 2021⁵ es oficialmente Monumento Nacional en la Categoría de Monumento Histórico, por sus valores históricos, urbanos y artísticos, reconocidos en su materialidad, emplazamiento, composición y diseño. Sin embargo, a diferencia de los murales de Valparaíso que se sirven de un bien patrimonial que no los reconoce oficialmente como parte del conjunto -pero aportan-, en este caso es el arte urbano el que entrega los valores al entorno. Si el mural cambiara o si fuera intervenido, los valores se alterarían y por ende, el sentido de haber protegido este bien se pierde.
En ambos ejemplos es posible observar que un cruce exitoso entre arte urbano y patrimonio se puede expresar de distintas formas, pero cumpliendo de forma intrínseca con el reconocimiento a esos valores que le otorgaron relevancia en la sociedad. El encuentro de ambas áreas en el marco del respeto y la puesta en valor fortalece la identidad, la pertenencia y permite al entorno vincularse y proyectarse en el tiempo entendiendo la propia herencia. Finalmente resulta ser una oportunidad única que impacta no sólo en el espacio intervenido en un momento determinado, sino también en el ejercicio de difusión que todo bien patrimonial tiene el deber de realizar en su entorno.
El arte urbano trabaja sobre preexistencias, es una realidad inherente que ningún artista puede obviar. Sin embargo, es importante reconocer que no todas se pueden tratar de la misma forma, en especial si revisten valores patrimoniales que son – o que deben ser- reconocidos. Probablemente la clave está en abrir los espacios multidisciplinarios, permitir la discusión desde una perspectiva urbana que entienda que toda intervención siempre impacta en sus habitantes nuevos y antiguos, ya que la fortaleza y mayor atributo reside en el reconocimiento de una historia urbana que se potencia a través del arte.
Eso es lo bonito de ambas disciplinas, que cuando se juntan y complementan, quien gana es siempre la ciudad.
Bibliografía:
Arquitecta de la Universidad de Chile y Máster en Conservación del Patrimonio Arquitectónico por la Universitat Politècnica de València, España. Dedicada al desarrollo de proyectos, la docencia y principalmente a la gestión del Patrimonio Cultural en diversas áreas relacionadas con la arquitectura, la cultura urbana y la comunidad, colaborando con procesos de puesta en valor en distintas partes del país.
Mauricio Treis, uno de los pioneros del graffiti abstracto y sintético en Chile, desafía los límites de la percepción a travé... – Leer más
En línea con el artículo anterior (que puedes leer en este link), donde exploramos las nuevas oportunidades que el espacio digit... – Leer más
Felipe Sepúlveda, AKA Alfacenttauri, es un artista chileno multidisciplinario con un fuerte interés en la deconstrucción de for... – Leer más